EL TESORO DE LA LAGUNA (Versos y Trazos)
Alrededor de la laguna de Charcorredondo se alzan tres reinos gobernados por tres monarcas: Berenjeno IX, empeñado en tener en huerto más grande de la Tierra; Facunda II, dedicada a llenar una y otra vez su piscina real, y Baldomero I, el rey más limpio requetelimpio de la historia. No imaginan ninguno de los tres la enorme catástrofe que se cierne sobre sus reinos. Menos mal que la bruja Elisenda, su cuervo Tristán y su gato Tenebroso no viven muy lejos.
Un relato que, además de haceros reír, os enseñará a valorar el agua como un bien escaso.
FRAGMENTO
En la cima de la montaña, entre tres pequeños reinos, se hallaba la Laguna de Charcorredondo. Era una laguna como las demás, con sus carpas platinadas saltando a todas horas, sus ranas croando por doquier, sus sapos verrugosos tomando el sol entre las rocas y sus mosquitos –mosquitas- zumbando y picando a diestro y siniestro. A ella se acercaban los animales de los alrededores a beber, los habitantes de los reinos vecinos a llenar sus baldes, las parejas de enamorados a pasear por la orilla, los patos a hacer paradas en sus largos viajes… Y, de vez en cuando, también la bruja Elisenda, a recoger un poco de agua para agregar a sus mejunjes.
Elisenda era alta, huesuda, con nariz de cacatúa, tez verdosa y melena de estropajo. Su choza se encontraba en mitad del valle, justo debajo de una nube gris. La bruja vivía rodeada de sus mascotas: un cuervo alicorto y desmochado llamado Tristán, un par de murciélagos que dormían bocabajo colgados de su ventana y un gato negro que respondía al nombre de Tenebroso. Mas, a pesar de las aprensiones que producían su aspecto y su forma de vivir, era raro el vecino que no había andado hasta su choza en busca de remedio para alguno de sus males. Elisenda preparaba filtros de amor que conseguían que el amado, o la amada, se enamorara hasta los tuétanos de su cliente; preparaba ungüentos para los granos; lograba que aguerridos caballeros perdieran su terror a los ratones; hacía chacharear a los tímidos y callar a los charlatanes… En fin, socorría a cuantos acudían a su humilde hogar. En cierta ocasión hasta tuvo que ayudar a tres reyes a solucionar un grave, gravísimo problema.
Fue hace muchos, muchos años…