Érase una vez una princesa caprichosa llamada Clarisa. tan delicada y quisquillosa era la princesita que se vestía con telas tejidas por una araña dorada; comía todos los días caviar traído directamente de Rusia, pescado crudo del Pajón y ostras de los mares de Indonesia; y dormía sobre un colchón relleno de plumas de pecho de oca.
Por ser hija única, su padre la tenía muy mimada y una corte de mayordomos y doncellas vivía pendiente de satisfacer sus menores deseos.
-Papaíto, papaíto mío, hoy me apetece pasear subida en un elefante blanco -decía un día la princesita.
-No te preocupes -le respondía su padre-. que enseguida mando a mis ministros a la India para que te traigan un majestuoso elefante blanco…