La detective Julieta y el misterio de la clase

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        Como todas las mañanas,  el riiinnnng del despertador de la mesilla de noche despertó a Julieta:
         -¡Aaauuuuh! –bostezó-. Vamos, Gustavo, que ya es hora de levantarse.
          El perro de lanas abrió con pereza un ojo, miró a Julieta, lo volvió a cerrar y siguió durmiendo plácidamente.
         -Venga, levántate ya, perezoso, que te tengo que sacar a pasear antes de irme al cole –le dijo la niña tirándole del rabo.
         -Guauuu (que en el lenguaje de los perros quiere decir: “ Déjame dormir un ratito más, por favor”) –ladró bajito Gustavo.
         Pero Julieta no tuvo compasión, lo cogió por el rabo y lo arrastró fuera de su mullido cojín rojo.
         -Vamos, no seas gandul, que voy a llegar tarde al cole por tu culpa.
         El sol acababa de salir y, desde los árboles, montones de pájaros les daban los buenos días con sus cantos. Julieta y Gustavo paseaban por el parque que había junto a su casa.
         -Oye, Gustavo, hace mucho tiempo que la detective Julieta y su superayudante Gustavo no resuelven ningún caso. Si seguimos así, se nos va a olvidar cómo se investiga.
         -Guau, guau (que en el lenguaje de los perros quiere decir: “Tienes razón”) –le contestó Gustavo sin hacerle mucho caso, mientras miraba embobado a una perra de aguas que acababa de pasar por su lado.

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